La alfalfa es un «barco con un gran potencial de carga» ¿Cómo lo aprovechamos?

El ingeniero Juan Lus brindó claves y desafió mitos. Pese a los avances genéticos los rendimientos se estancan muy por debajo de la capacidad teórica. ¿Cuál es la propuesta para diagnosticar y resolver el problema?

El ing. agr. Juan Lus sugirió una ejecución disciplinada y rigurosa de los fundamentos agrícolas

A pesar de décadas de avances genéticos que han dotado a la alfalfa de un potencial productivo extraordinario, los rendimientos a campo a menudo se estancan muy por debajo de su capacidad teórica. 

“Esta brecha entre el laboratorio y el lote representa una pérdida de oportunidad significativa para el productor”, asegura Juan Lus, ingeniero agrónomo, una voz autorizada para analizar este escenario que pone a la alfalfa en una encrucijada que tiene que ser resuelta.

La charla se dio en el marco de una propuesta de capacitación impulsada por el Clúster de Alfalfa de Córdoba. Lus propone una nueva perspectiva para diagnosticar y resolver el problema, argumentando que la industria podría estar enfocando sus esfuerzos en las limitaciones equivocadas.

A pesar de décadas de avances genéticos que han dotado a la alfalfa de un potencial productivo extraordinario, los rendimientos a campo a menudo se estancan muy por debajo de su capacidad teórica. 

Esta brecha entre el laboratorio y el lote representa una pérdida de oportunidad significativa para el productor. Frente a este desafío, el Ingeniero Agrónomo Juan Lus, una voz experta en la materia, propone una nueva perspectiva para diagnosticar y resolver el problema, argumentando que la industria podría estar enfocando sus esfuerzos en las limitaciones equivocadas.

Para ilustrar su enfoque, presentó una metáfora: la alfalfa es un «barco con un gran potencial de carga». El rendimiento genético es la capacidad máxima de esa bodega. Sin embargo, el casco del barco tiene agujeros —las limitaciones agronómicas— que impiden que alcance su máximo calado. La clave, según Lus, no es solo tapar los agujeros, sino hacerlo en el orden correcto. 

Para que el barco flote y exprese su potencial, es crucial sellar las fugas «de abajo hacia arriba», abordando primero las más críticas y fundamentales, aquellas que están más cerca de la línea de flotación.

Esta simple analogía sienta las bases para un cuestionamiento profundo de las prácticas actuales. Las prioridades que la sabiduría convencional ha establecido para el manejo de la alfalfa podrían no ser las correctas, llevando a los productores a invertir tiempo y recursos en problemas secundarios mientras las verdaderas anclas del rendimiento permanecen ocultas bajo la superficie.

¿Cuáles son los principales frenos?

Identificar correctamente las limitaciones de un cultivo es el primer paso para maximizar el retorno de la inversión y alcanzar un rendimiento superior. Una asignación incorrecta de prioridades conduce a esfuerzos ineficaces y a la frustración de ver cómo cultivares de élite no logran expresar su potencial.

Según una encuesta informal realizada por Lus entre productores, la percepción común sobre los principales factores que frenan a la alfalfa sigue un orden bien establecido:

• Fósforo: Generalmente considerado el limitante número uno.

• Clima: Específicamente, la disponibilidad de agua a través de las precipitaciones.

• Manejo: La forma en que se cosecha o pastorea el forraje para aprovechar su potencial.

• Otros nutrientes: Elementos como el azufre, el cobre, el cobalto y otros micronutrientes, vistos como ajustes finos.

Sin embargo, pone en duda esta jerarquía tradicional. Se pregunta retóricamente: «¿Estamos asignando de manera correcta las prioridades?». Él percibe que este orden se ha vuelto «bastante difuso» y que es fundamental revisarlo si se quiere permitir que la genética moderna de los nuevos cultivares se manifieste plenamente en el campo.

Para entender qué factores son verdaderamente prioritarios, primero es necesario dimensionar el potencial genético que está en juego y que, en muchos casos, permanece latente.

Potencial genético vs. realidad ambiental

La genética moderna ha creado una brecha de rendimiento sustancial en el mundo de la alfalfa. Hoy existen dos «nubes» de materiales claramente diferenciadas: los cultivares «premium» de alto potencial y los cultivares «commodity», con el conocido ‘Monarca’ como punto de referencia.

La diferencia de rendimiento entre un cultivar premium y uno commodity es notable, situándose entre un 40% y un 60%. Este salto cuántico se debe a dos factores clave inherentes a los materiales de élite:

1. Un mayor potencial de rendimiento individual por planta.

2. Una mayor persistencia, lo que se traduce en más plantas por metro cuadrado sobreviviendo y produciendo durante más tiempo.

No obstante, surge un argumento común en ambientes restrictivos, como las zonas semiáridas de Anguil, donde el agua es el principal limitante. En estos escenarios, las condiciones adversas «nivelan hacia abajo» los rendimientos, haciendo que la diferencia entre un cultivar premium (un «Fórmula 1») y uno commodity (una «camioneta vieja») parezca insignificante. 

La conclusión fácil sería optar por la «chata vieja», asumiendo que el ambiente no permite al «Fórmula 1» correr a su máxima velocidad.

Lus desmantela este razonamiento con un contraargumento estratégico basado en dos puntos clave:

• Aprovechamiento de oportunidades: Aunque en el 66% de los años la «camioneta» pueda no mostrar grandes diferencias, los datos revelan que en el 33% de los años más llovedores, las condiciones mejoran lo suficiente como para que el «Fórmula 1» sí logre expresar su potencial genético superior, capturando un rendimiento que la genética commodity no puede alcanzar.

• Mitigación de riesgos: En esos mismos años húmedos, los cultivares commodity, al ser más susceptibles a enfermedades, sufren un doble golpe. La mayor humedad no solo permite que los premium se destaquen, sino que también debilita a los commodity, aumentando aún más la brecha de rendimiento y persistencia a favor de la genética superior.

Lus manifestó que en lugar de resignarse a un vehículo inferior por las malas condiciones del camino, la verdadera estrategia consiste en mejorar el camino para que el Fórmula 1 pueda desplegar todo su potencial. Y el principal bache en ese camino es, sin duda, la gestión del agua.

Un ladrón silencioso

A lo largo y ancho del país, identifica un factor limitante que se impone sobre todos los demás: la disponibilidad de agua para el cultivo. Este es el primer y más crítico «agujero en el casco del barco».

Sin embargo, es crucial distinguir la causa del efecto. El problema no radica únicamente en la falta de lluvias. La compactación del suelo está «magnificando de manera excesiva» la crisis hídrica en dos frentes: durante los déficits, impide la exploración profunda de las raíces, dejando al cultivo sediento; y durante los excesos, dificulta la infiltración, generando encharcamientos temporales letales.

Un ejemplo contundente de un análisis de suelo en Córdoba ilustra esta dramática desconexión entre la teoría y la realidad:

Análisis de Laboratorio (Teórico)Realidad a Campo (Práctico)
270 mm de agua útil disponible en los primeros 2 metros de perfil.Una capa de compactación a los 10-12 cm de profundidad.
El cultivo tiene un reservorio de agua abundante.El cultivo solo puede acceder a ~15 mm (el agua de la capa superficial), es decir, menos del 10% del total.

Esta limitación física desencadena lo que Lus denomina la «pérdida subclínica de producción». La alfalfa, que posee sensores en sus raíces superficiales, detecta la sequedad en los primeros centímetros y «tira el freno de mano», reduciendo su desarrollo general mucho antes de mostrar síntomas visibles de estrés hídrico. Este freno impacta negativamente tanto en la productividad (menor biomasa) como en la calidad, ya que la planta responde achicando sus folíolos, lo que deteriora la relación hoja-tallo, un parámetro crucial para la producción de heno de alta calidad.

Esto revela que la compactación no es una causa, sino un síntoma. Para resolver verdaderamente la crisis del agua, debemos mirar más profundo, más allá de la barrera física, y diagnosticar el colapso químico que permite que esta se forme en primer lugar.

«La compactación no es el problema. La compactación es la manifestación última del problema», destaca Lus. Recurrir a soluciones mecánicas como un escarificador es tratar el síntoma, no la enfermedad. La verdadera causa de la degradación estructural de los suelos —lo que Lus describe sin rodeos como «un desastre que tenemos en los suelos»— es de naturaleza química.

La estabilidad de los agregados del suelo, que previene la compactación, se apoya en tres pilares fundamentales:

1. Materia orgánica: Suelos con bajos niveles son inherentemente más frágiles y propensos a compactarse.

2. Calcio: Un catión esencial para «pegar» las partículas del suelo y formar una estructura estable.

3. Magnesio: Junto con el calcio, constituyen las principales «bases» que contrarrestan la acidificación y estabilizan el suelo.

La evidencia que presenta Lus es alarmante. Mapas evolutivos de las últimas décadas muestran cómo vastas zonas productivas han pasado de ser «verdes» (con niveles adecuados de materia orgánica, calcio y magnesio) a «rojas» (con niveles deficientes). 

Esta degradación generalizada ha desencadenado un círculo vicioso destructivo:

La pérdida de bases (Calcio y Magnesio) provoca la acidificación del suelo (caída del pH) → la acidez desestabiliza los agregados → la falta de estructura lleva a la compactación → la compactación limita la disponibilidad de agua y nutrientes, cerrando un ciclo que degrada progresivamente el potencial productivo del lote.

Por lo tanto, los suelos ácidos nacidos de esta degradación química no solo crean una prisión física para las raíces; desatan una severa y casi universalmente ignorada crisis nutricional, comenzando con el elemento que todos asumen que la alfalfa tiene en abundancia: el nitrógeno.

La alfalfa es, según Lus, «tremendamente sensible a la acidez», y sufre un doble impacto por la caída del pH:

• Impacto directo: Por su propia fisiología, una caída del pH por debajo de 5.7 provoca un desplome del rendimiento de un asombroso 42%. La planta, en palabras de Lus, «se cayó como piano».

• Impacto indirecto: A partir de un pH de 6.1 hacia abajo, los Rhizobium dejan de funcionar. Esto anula la fijación simbiótica de nitrógeno, que es la principal fuente de este nutriente para el cultivo.

Al superponer esta información con el mapa de pH de la región pampeana, la conclusión de Lus es categórica: en gran parte de la provincia de Santa Fe y el centro-norte de Buenos Aires, es muy probable que los nódulos de las alfalfas no estén funcionando. Esto desmonta por completo el «inconsciente colectivo» de que la alfalfa se autoabastece de nitrógeno.

La magnitud del problema es enorme. Si en condiciones ideales los nódulos aportan el 50% del nitrógeno, su inactividad significa que el 100% de la demanda debe ser extraída de un suelo a menudo empobrecido. Al comparar sus requerimientos, una alfalfa de alto potencial necesita «igual o más cantidad» de nitrógeno que una gramínea de alta producción como el ryegrass anual. La comparación de las demandas nutricionales totales de los cultivares de élite con cultivos como la soja es, en palabras de Lus, «comparativamente escandaloso».

Jerarquizar prioridades para lograr mejor alfalfa

Para romper este ciclo de limitaciones, Lus insiste en la necesidad de ir más allá de los datos brutos. Utiliza una analogía clara: la visita al médico. Un análisis de suelo es como un estudio de laboratorio; por sí solo no es suficiente. 

Se necesita la interpretación de un profesional para llegar a un diagnóstico correcto y prescribir un tratamiento efectivo. Para subrayar el peligro de actuar con información incompleta, Lus comparte una historia aleccionadora: la del «auto rojo con un caballito». 

Un niño describe lo que ve, el padre asume que es una Ferrari, pero en realidad era una camioneta con un tráiler de caballos. La información era correcta, pero la conclusión, sin el contexto adecuado, fue errónea.

Con un diagnóstico integral en mente, Lus propone una nueva jerarquía de intervención, una secuencia estratégica de acciones diseñada para desmantelar sistemáticamente el problema. Aunque la degradación de la química del suelo es la causa raíz, el primer paso práctico debe ser abordar su consecuencia física más inmediata: la compactación. 

Este es el nuevo orden de «agujeros» a tapar para desbloquear el potencial premium:

1. Resolver la compactación: Abordar la manifestación física del problema para permitir el desarrollo radical.

2. Asegurar la disponibilidad de agua: Una consecuencia directa de resolver la compactación, permitiendo la infiltración y el almacenamiento.

3. Corregir el pH: La llave maestra que regula la disponibilidad de todos los nutrientes y reactiva la función de los Rhizobium.

4. Atender la nutrición nitrogenada: Alimentar el «hambre oculta» del cultivo, reconociendo que la fijación simbiótica puede estar inactiva.

5. Reponer calcio, magnesio y materia orgánica: Atacar la raíz química y biológica del problema, reconstruyendo la estructura del suelo desde sus cimientos.

Este nuevo orden de prioridades exige un cambio fundamental de mentalidad: pasar de aceptar las limitaciones del lote a transformarlas activamente para crear un ambiente donde la genética de élite pueda prosperar.

No cambie el auto, mejore el camino

El mensaje final de Juan Lus es una llamada a la acción clara y contundente: «Lo ideal sería no cambiar el auto, ir a uno peor, sino cambiar el camino para que pueda expresar ese Fórmula 1 el potencial de rendimiento que tiene dentro».

La visión estratégica es ineludible: el potencial genético de la alfalfa premium es inmenso, pero está encadenado a una salud del suelo en franco declive. La solución no es renunciar a la genética avanzada por considerarla «demasiado» para nuestros lotes, sino invertir en un diagnóstico profundo que vaya más allá del análisis de nutrientes tradicional. 

Se trata de reconstruir la estructura y la fertilidad del suelo desde su base química y física, creando las condiciones para que la productividad se dispare.