Alfalfa: Lo que ya sabemos, ¿lo hacemos bien?

El especialista en forrajeras Juan Lus brindó una magistral clase sobre el cultivo de la alfalfa y la necesidad de…

El especialista en forrajeras Juan Lus brindó una magistral clase sobre el cultivo de la alfalfa y la necesidad de repensar muchos puntos que se dan por “sentado” y que por diversas realidades hoy hay que replantearse muchas “cosas sabidas”.

Con un auditorio atento a su ponencia, comenzó con una serie de preguntas que resonaron en la audiencia de productores y asesores: «¿Qué cuento que no hayan escuchado? ¿Qué muestro que no hayan visto? ¿Qué es lo nuevo que hay que hacer?».

Lejos de ofrecer una respuesta, Lus orientó su presentación hacia un examen de conciencia para el sector, encapsulado en la pregunta que se convirtió en la tesis central de su charla: «Lo que ya sabemos, ¿lo hacemos bien?». Con esta interpelación, argumentó que, en una era de promesas tecnológicas, el verdadero camino hacia el éxito en alfalfa no reside en descubrir nuevos secretos, sino en ejecutar con precisión y disciplina los principios fundamentales que se conocen desde hace décadas.

El punto de partida innegociable: La salud y condición del suelo

El primer y más crítico paso para el éxito de un alfalfar, según la visión de Lus, es la elección y el manejo del suelo. Esta etapa no es simplemente un requisito más, sino la base sobre la que se construye todo el potencial productivo del cultivo. Ignorar o subestimar la importancia de las condiciones edáficas iniciales es sentenciar el proyecto a un rendimiento mediocre antes incluso de sembrar la primera semilla.

Las condiciones ideales para la alfalfa son claras y no negociables: se requiere un suelo profundo, bien drenado y con un rango de pH óptimo que se sitúe entre 6,5 y 7,0. Este último factor es especialmente crítico, ya que impacta directamente en la capacidad del cultivo para nutrirse. Lus reforzó este punto citando un hallazgo clave de Vance (1988), que demostró cómo la población de rizobios —las bacterias simbióticas responsables de fijar nitrógeno atmosférico— depende del pH del suelo: las cepas eran «abundantes con pH entre 6,5-7,0, escasas a pH 6,3 y casi nulas a pH 5,8».

En términos prácticos, un suelo ácido efectivamente mata de hambre a la planta de alfalfa, inhibiendo su poderosa capacidad de producir su propio nitrógeno y forzándola a depender de las escasas reservas del suelo. Preparar un perfil con las características adecuadas no es una recomendación, sino un prerrequisito para satisfacer la enorme demanda de nutrientes que la alfalfa extraerá a lo largo de su ciclo de vida.

La «reina forrajera» y su alta demanda: Analizando la exportación de nutrientes

Posicionada como «la reina de las forrajeras», la alfalfa es un cultivo de altísima producción, pero también de una voracidad nutricional excepcional. Lus subrayó que comprender este apetito es fundamental no solo para maximizar el rendimiento, sino para garantizar la sostenibilidad del sistema y evitar el agotamiento del suelo.

Para dimensionar esta realidad, presentó datos que pintan un cuadro contundente de extracción mineral. Una producción de 10 toneladas de Materia Seca por hectárea (Ms/ha) consume las siguientes cantidades:

• Nitrógeno (N): 300 kg

• Fósforo (P): 35 kg

• Potasio (K): 300 kg

• Calcio (Ca): 110 kg

• Magnesio (Mg): 25 kg

• Azufre (S): 35 kg

Para poner estas cifras en perspectiva, la extracción de Potasio, Calcio y Magnesio es equivalente a lo que se llevaría una cosecha de soja de 15.000 kg/ha, 35.000 kg/ha y 9.000 kg/ha, respectivamente. Este fenómeno, denominado «Exportación de nutrientes» por Fontanetto, H., subraya el impacto masivo que tiene la alfalfa sobre la fertilidad del lote. Más allá de su rol nutricional, el Calcio y el Magnesio cumplen una función estructural vital como principales estabilizadores del pH y de los agregados del suelo, junto con la materia orgánica.

Este enorme requerimiento nutricional, cuando no es satisfecho por condiciones de suelo subóptimas o una fertilización inadecuada, se convierte en el principal motor del problema que Lus abordó a continuación: la vasta y costosa brecha entre el potencial genético y la realidad del campo.

La brecha de rendimiento: Donde la promesa genética se encuentra con la realidad agronómica

Uno de los problemas centrales que aquejan al cultivo de alfalfa es la brecha de rendimiento: la diferencia significativa entre lo que la genética puede ofrecer en condiciones óptimas y lo que los productores realmente cosechan. Lus ilustró este abismo con datos comparativos precisos:

• Potencial (Ensayo Gral. Villegas, RED Alfalfa INTA 2019): 68.91 Tons/ha

• Realidad (Henificación en productor Laboulaje, 2018): 40.18 Tons/ha

• Estimado (Bajo pastoreo, 60%): 24.11 Tons/ha

La causa de esta dramática diferencia no radica en la genética, sino en las «ineficiencias de manejo». Estas ineficiencias no son otra cosa que el incumplimiento de los fundamentos discutidos previamente: la elección de suelos con pH inadecuado, drenaje deficiente o una gestión nutricional que no logra reponer la masiva extracción de la planta.

Para explicarlo, Lus utilizó una poderosa analogía: «Es necesario adaptar el camino al vehículo con el cual pretendemos correr». En otras palabras, proveer un cultivar de alto potencial sin primero perfeccionar las propiedades físicas y químicas del suelo es como inscribir un coche de Fórmula 1 en un rally sobre un camino de tierra: el fracaso no es un riesgo, es una certeza.

El camino crítico: Una metodología para no fallar en lo fundamental

Para abordar estas ineficiencias de manera estructurada, Lus propuso aplicar el «Método del Camino Crítico», un enfoque de gestión de proyectos —famosamente utilizado en complejos desafíos de ingeniería como el desarrollo del submarino Polaris en 1956— que identifica la secuencia de tareas más larga y determinante como el factor que define el éxito final. Aplicado a la agronomía, este método obliga a asegurar que cada etapa fundacional del cultivo se ejecute correctamente, ya que el fallo en una compromete a todas las siguientes.

Lus demostró que estos pasos fundamentales son conocidos desde hace décadas, citando una publicación de 1940:

1. Elección del suelo

2. Épocas para sembrar

3. Preparación del suelo

4. Siembra

5. Cantidad de semilla a emplear

6. Cuidado durante el primer año

7. Cuidado en el resto de su vida

Sin embargo, el punto crucial de su argumento no fue una simple vuelta al pasado. Tras enumerar los principios históricos, añadió la clave que sintetiza su visión: «…y todos los puntos que sumamos o mejoramos desde el año 1940 a la fecha». Con esto, Lus dejó claro que su propuesta no es regresiva, sino integradora: los fundamentos de siempre son la base no negociable sobre la cual deben construirse, y no reemplazarse, los avances modernos en genética, nutrición y manejo.

El mensaje central de Juan Lus en ExpoAlfa fue una contundente llamada al rigor agronómico. La pregunta «Lo que ya sabemos, ¿lo hacemos bien?» queda resonando como un llamado a la autoevaluación para cada productor y asesor.

En un sector a menudo seducido por la próxima solución tecnológica, su presentación es un recordatorio poderoso de que en la agricultura, la innovación más profunda no siempre reside en perseguir la próxima «bala de plata», sino en alcanzar una excelencia inflexible en los fundamentos que siempre han definido el éxito. Es en esa maestría de lo básico donde reside la clave para, finalmente, desatar el verdadero potencial genético de la reina de las forrajeras.