En el corazón del secano chileno los especialistas trabajan para desarrollar cultivos que sean capaces de prosperar pese a las condiciones climáticas. Desde el INIA, a través del programa de mejoramiento genético, desarrollaron una planta resiliente que ha forjado una herramienta de esperanza para la sostenibilidad y productividad forrajera.
Luis Inostroza, es investigador y uno de los referentes del Instituto chileno, además de ser uno de los representantes del país trasandino en el Congreso Mundial de Alfalfa que se desarrolló en Francia. Allí, en diálogo con TodoAlfalfa explicó que “el patrón climático es implacable: inviernos fríos que concentran casi el 80% de las precipitaciones anuales, seguidos de veranos largos, cálidos y secos, con un período de al menos cuatro meses sin una sola gota de lluvia”.
Este ciclo crea un déficit forrajero crítico que pone en jaque la alimentación del ganado durante gran parte del año.
En estas zonas de secano, los sistemas ganaderos —impulsados mayoritariamente por pequeños agricultores— dependen de praderas naturales de baja productividad compuestas por especies anuales. Estas plantas concentran su crecimiento en la primavera y luego desaparecen.
El resultado es un paisaje que, al terminar la estación, se transforma drásticamente. En palabras del investigador: «todo está seco, excepto las áreas de árboles forestales, algunos arbustos y, hoy, la alfalfa es lo verde y hermoso en esta área».
La introducción de una leguminosa perenne, capaz de buscar agua en las profundidades y mantenerse productiva, se presenta así como una respuesta directa y contundente a este desafío estacional.
La elección de la alfalfa por parte del INIA no fue casual. Fue una apuesta estratégica para reconvertir un cultivo tradicionalmente asociado a la alta productividad bajo riego en una herramienta de cambio tecnológico para las zonas de secano.
Cabe destacar que Chile ya posee una base sólida de 80,000 hectáreas de alfalfa de alto rendimiento, destinadas a sistemas lecheros y equinos en zonas con riego garantizado. Sin embargo, su introducción en el secano representa una «nueva tecnología» para los sistemas ganaderos locales, un cambio de paradigma que busca explotar su resiliencia inherente para transformar paisajes y economías.
El INIA diseñó el programa para atacar dos frentes clave que limitan a los agricultores del secano:
- Incrementar la producción de biomasa: Para superar la escasa oferta de las praderas naturales.
- Aumentar la persistencia del forraje: Para romper la estacionalidad y ofrecer alimento de calidad durante más tiempo, capitalizando el «factor perenne» de la alfalfa.
Alcanzar estas metas exigía un programa de mejoramiento genético específico y ambicioso, diseñado para seleccionar plantas que no solo sobrevivieran, sino que prosperaran en las condiciones más adversas.
Desarrollar una alfalfa a la medida del secano chileno demandó un esfuerzo científico riguroso y a gran escala, así nació la variedad “Kauke”. El programa del INIA partió de una búsqueda global de la mejor genética disponible para luego someterla a una evaluación exhaustiva en las condiciones de campo donde las plantas debían demostrar su valía.
El punto de partida fue la introducción de 69 accesiones (muestras de material genético) de alfalfa de diversas partes del mundo. Esta colección incluyó razas nativas y, de forma crucial, líneas genéticas de Australia, un país con décadas de experiencia en el desarrollo de cultivos tolerantes a la sequía.
Definiendo la «planta ideal» y la selección
Los investigadores definieron un «ideotipo» claro: un genotipo capaz de producir biomasa y, fundamentalmente, persistir más de dos meses sin agua. Durante cuatro temporadas, se realizó un exhaustivo proceso de selección fenotípica.
De este universo genético, se identificaron las 25 poblaciones más persistentes y con mayor producción de forraje. Dentro de ese grupo de élite, se seleccionaron los 10 mejores genotipos, a partir de los cuales se crearon 250 progenies para la fase final de evaluación.
Para probar el verdadero potencial de estas líneas, se establecieron ensayos en dos ambientes de secano diametralmente opuestos. Este diseño experimental fue estratégicamente brillante: buscaba identificar genotipos que no solo fueran supervivientes en el entorno extremo (Cauquenes), sino también triunfadores capaces de alcanzar un rendimiento de élite cuando las condiciones eran favorables (Chillán), demostrando así su amplia adaptabilidad y viabilidad comercial.
| Característica | Cauquenes (Entorno Severo) | Chillán (Entorno Favorable) |
| Precipitación | 600 mm históricos (400 mm en los últimos años) | ~1000 mm |
| Calidad del Suelo | Baja fertilidad | Muy buena calidad |
| Nivel de Estrés | Sequía severa | Condiciones óptimas |
Esta evaluación masiva, que abarcó más de 1000 parcelas experimentales durante tres temporadas, sentaría las bases para obtener resultados que fueron a la vez validadores y, en algunos casos, completamente inesperados.
Los resultados del programa del INIA superaron todas las expectativas. El gran titular es que no solo se logró seleccionar plantas tolerantes a la sequía, sino que estas produjeron forraje de una calidad nutricional sorprendentemente alta, un hallazgo que llegó a desafiar la sabiduría agronómica convencional.
4.1. El veredicto de la calidad
El logro más significativo fue la calidad forrajera obtenida, especialmente en el entorno más hostil. Las cifras son elocuentes:
- En Cauquenes (peores condiciones): Un notable 23% de las líneas evaluadas alcanzaron una calidad «premium», definida por un Valor Relativo del Forraje (RFV) superior a 155 (un índice estándar en la industria que mide la energía y digestibilidad del forraje).
- En Chillán (mejores condiciones): Un impresionante 80% de las líneas alcanzaron un alto valor relativo de forraje, demostrando su enorme potencial genético en un buen ambiente.
Estos datos prueban que es posible producir calidad incluso bajo un estrés hídrico y de suelo severo.
Además, los estudios determinaron que la relación hoja-tallo, un indicador históricamente asociado a una mayor calidad (más hojas es mejor), fue más alta en Cauquenes, el peor ambiente.
Los investigadores del INIA postulan que la planta, para adaptarse a la sequía, reescribe las reglas: cambia su morfología, volviéndose más baja, con tallos y hojas más pequeños. Esta adaptación invalida la correlación tradicional y demuestra que la planta prioriza su supervivencia sin sacrificar la calidad intrínseca de sus tejidos.
La investigación también confirmó la complejidad de medir la calidad a distancia. Las tecnologías de fenotipado con drones (imágenes RGB) no mostraron una buena correlación con los parámetros de calidad del forraje, reforzando la necesidad de mediciones directas y análisis de laboratorio en este tipo de programas de mejoramiento.
A pesar de estas complejidades, la conclusión fue rotunda: el programa seleccionó con éxito poblaciones de alfalfa con alta calidad forrajera en ambos ambientes, validando la estrategia científica.

