La ganadería moderna necesita “alta calidad” y “precisión”

Qamar Shakil, participó del “panel de discusiones” en la sesión I del Congreso Mundial de Alfalfa. Allí se trató “la alimentación animal todavía es un mercado para la alfalfa del mañana. ¿y más allá?”.

En el marco del IV Congreso Mundial de Alfalfa, el Dr. Qamar Shakil, jefe de científicos de Pakistán participó del “panel de discusiones” dentro de la sesión I. Su discurso hizo foco en las preguntas que aún no se lograron responder de manera concluyente.

Remarcó la necesidad de abordar los temas de conocimiento que existen en la investigación sobre la calidad del forraje, y apuntó que para desbloquear el verdadero potencial de cultivos como la alfalfa, el sector debe ir más allá de las mejoras aisladas y construir un puente sólido y cuantificable entre las características del forraje, la productividad animal y la rentabilidad real de las explotaciones.

La optimización del forraje es un pilar de la ganadería moderna. Sin embargo, la industria se encuentra en un punto de inflexión. Ya no es suficiente con saber que un forraje de «alta calidad» es beneficioso; es imperativo cuantificar con precisión cuánto beneficio aporta cada mejora específica. 

Pasar de una comprensión cualitativa a un modelo cuantitativo es el paso decisivo que permitirá a los productores, genetistas y agrónomos tomar decisiones basadas en datos sólidos. 

Para entender mejor este desafío explicó cuál es el principal obstáculo que enfrenta el sector para cuantificar la relación entre las características del forraje y los resultados productivos; por lo que aunque está bien establecido que mejorar parámetros como la proteína cruda o la digestibilidad es beneficioso, existe una desconexión fundamental.

Aunque está bien establecido que la mejora de parámetros como la proteína cruda, la digestibilidad y la composición de la fibra mejora el rendimiento animal, la relación cuantitativa entre las características específicas del forraje y los resultados productivos aún no está bien definida. 

Gran parte de la investigación existente se basa en estudios de alimentación a corto plazo, en lugar de bases de datos integradas a largo plazo que capturen la variación entre estaciones, razas y sistemas de manejo.

Del laboratorio a la rentabilidad del productor

Cualquier innovación agrícola, por sólida que sea su base científica, enfrenta una prueba definitiva: su adopción en el campo. Para que un productor invierta en nuevas tecnologías o sistemas de manejo, como los forrajes de calidad superior, debe existir un incentivo económico claro y demostrable. 

Sin una conexión directa entre las mejoras biológicas y un retorno de la inversión tangible, las mejores intenciones se quedan en el papel. Precisamente por ello, consultamos cómo esta falta de conexión afecta la decisión de un productor.

El problema, según detalla, es que las dimensiones económicas están profundamente subestimadas.

Pocos estudios conectan completamente las ganancias biológicas en eficiencia alimentaria con la rentabilidad a nivel de explotación, los costos de los insumos o la dinámica del mercado. Esto deja a los productores sin incentivos claros y basados en datos para adoptar sistemas de forraje de alta calidad.

Pero el impacto de esta brecha de conocimiento no se detiene en la rentabilidad de la explotación; se extiende a todo el ecosistema agrícola y su sostenibilidad.

En un momento en que la sostenibilidad es una demanda central de la sociedad y los mercados, la agricultura no puede permitirse optimizar un único factor a expensas de otros. 

La mejora de la calidad del forraje es una herramienta poderosa, pero debe evaluarse dentro de un marco sistémico. Ampliando la perspectiva más allá de la economía, le consultamos al Dr. Shakil sobre otras dos áreas críticas: las compensaciones ambientales y la interacción entre la genética y el manejo en el campo.

Al abordar las consecuencias ambientales, señaló que los impactos más amplios siguen sin ser medidos adecuadamente. Las compensaciones sistémicas y ambientales de tales mejoras, particularmente en relación con el uso del agua, el ciclo del nitrógeno y las emisiones de gases de efecto invernadero, también están insuficientemente cuantificadas.

Luego, se enfoca en la brecha que existe entre el laboratorio y el campo, destacando que los avances genéticos no operan en el vacío.

Se necesita más investigación sobre cómo los avances genéticos en los cultivares de forraje interactúan con las prácticas de manejo, como el momento de la cosecha, la deshidratación y el almacenamiento, para afectar los resultados en el mundo real.

Con brechas identificadas en el plano científico, económico y ambiental, la conversación se dirigió inevitablemente hacia la búsqueda de una solución integradora.

El camino a seguir es “colaborativo”

La complejidad de los desafíos expuestos —cuantificar beneficios, demostrar rentabilidad y evaluar el impacto sistémico— evidencia que no pueden ser resueltos por una sola disciplina. La solución no radica en un esfuerzo mayor dentro de cada campo, sino en la creación de un nuevo paradigma de trabajo integrador. 

Tras trazar este mapa de brechas significativas en el conocimiento, la pregunta final era obligada: ¿cuál es, en su opinión, la solución fundamental? El científico llama a que todo el sector actúe en consecuencia y apuntó a la falta de herramientas que conecten los puntos.

El sector carece de marcos integrados de modelado de datos capaces de vincular los análisis del forraje con la productividad del rebaño y el pronóstico económico. Cerrar estas brechas requiere una colaboración interdisciplinaria entre agrónomos, científicos animales y economistas agrícolas para desarrollar modelos holísticos y efectivos que alineen los indicadores biológicos, ambientales y financieros de los sistemas ganaderos basados en forraje.