La monotonía dietaria, una discusión planteada en el Congreso Mundial de Alfalfa

Pablo Gregorini, director del Laboratorio de Producción Pecuaria Pastoral de la Universidad de Lincoln en Nueva Zelanda, fue una voz disruptiva en el evento. Pidió dejar de alimentar animales con “ensalada única”.

El Congreso Mundial de Alfalfa tuvo una propuesta polémica y disruptiva, que rompió los esquemas planteados desde siempre y seguro dejó a mas de uno pensando. Fue Pablo Gregroini, director del Laboratorio de Producción Pecuaria Pastoral de la Universidad de Lincoln en Nueva Zelanda, el responsable de plantear en un foro pensado para la alfalfa, la reina de las pasturas, un diagnóstico disruptivo. 

Su charla se convirtió en un punto de inflexión argumentando que la ganadería pastoril enfrenta una profunda crisis, no por su naturaleza, sino por una consecuencia directa de su diseño: la creación de «paisajes de monotonía». 

Estos sistemas, afirmó con contundencia, son «frágiles», «no diversos» y carecen de «resiliencia». Su presentación sentó las bases para un análisis profundo de los problemas que nacen de esta uniformidad y una propuesta para redefinir la salud desde el campo hasta la mesa.

La crítica de Gregorini se articula en torno a un concepto central: la «monotonía dietaria«. Argumenta que este modelo, donde los animales son confinados a pasturas uniformes, es la raíz de un cúmulo de fallas. El efecto dominó comienza con el animal, cuya libertad de elección es suprimida. 

Esta práctica, según el profesor, viola cuatro de las cinco libertades fundamentales del bienestar animal. Al no poder autorregular su dieta, el animal sufre una «restricción o aumento incidental» de nutrientes, un desequilibrio forzado que es el primer eslabón de la cadena de consecuencias.

Esta ineficiencia interna se desborda luego hacia el entorno. El desequilibrio nutricional del animal conduce a un «uso ineficiente de nutrientes», que se manifiesta en una «excreción excesiva de nitrógeno». Este excedente contamina las fuentes de agua y genera «eutrofización», un fenómeno que degrada los ecosistemas acuáticos.

«Diversidad funcional» como paradigma de salud integral

Frente a la crisis de la monotonía, Gregorini presenta una solución tan elegante como revolucionaria: la «diversidad funcional». Su propuesta va más allá de simplemente sembrar más especies en una misma pradera. 

Señala que incluso una pastura diversa, si se presenta como una «ensalada única» y homogénea, impide que los animales seleccionen componentes específicos a nivel del bocado, perpetuando una forma de monotonía.

La verdadera «diversidad funcional», entonces, se define como una disposición de componentes dietéticos que permite a los animales «expresar su propia individualidad» y satisfacer sus necesidades nutricionales y medicinales a lo largo del tiempo y el espacio. 

No se trata solo de ofrecer una ensalada, sino de presentar un bufet donde cada animal puede elegir exactamente lo que su cuerpo necesita en cada momento.

El diseño experimental que presentó ilustra este principio a la perfección. Su equipo dispuso franjas de especies taxonómicamente distintas —como raigrás, trébol rojo y achicoria—, permitiendo que el ganado se moviera libremente entre ellas. La validación de la hipótesis fue visual e inmediata. 

Gregorini lo sintetizó con una pregunta retórica: «Si una sola especie proveyera todos los requerimientos… ¿estarían todos en el mismo forraje al mismo tiempo?»

La respuesta fue contundente: los animales pastaban selectivamente en las diferentes franjas, demostrando que buscaban activamente una variedad que el monocultivo les negaba. Este acto de elección es la piedra angular de un nuevo paradigma que promete resultados transformadores.

Resultados cuantificables del campo al plato

La propuesta de Gregorini está respaldada por una sólida base de evidencia empírica que demuestra la superioridad del modelo de diversidad funcional en múltiples dimensiones: desde la salud animal y ambiental hasta la calidad del producto final y su impacto directo en la salud humana.

Beneficios para el animal y el medio ambiente

Los experimentos, realizados a lo largo de más de 15 ensayos, arrojaron mejoras contundentes en indicadores clave de producción y sostenibilidad.

• Aumento de Peso: Se registró un incremento promedio del 48% en la ganancia de peso vivo de los animales.

• Reducción del Impacto Ambiental: La excreción de nitrógeno se redujo en un 30%, disminuyendo significativamente la huella ecológica del sistema.

• Mejora del Bienestar Animal: Se observó un aumento del 80% en el estado antioxidante total y una reducción del 80% en los ácidos grasos no esterificados, indicadores claros de una disminución del estrés fisiológico.

• Reducción del Estrés Prenatal: El cortisol acumulado en la lana de corderos recién nacidos se redujo en un 5%, sugiriendo un mayor bienestar desde la gestación.

La calidad nutracéutica del producto final

El impacto más revolucionario se encontró en la composición de la leche y la carne, que se transformaron en lo que Gregorini denomina «alimentos funcionales» con propiedades beneficiosas directas para la salud humana.

ProductoMejora Clave y su Beneficio para la Salud Humana
LecheAumento de dioxythiamine (previene fallo renal), pantotenato (reduce colesterol) y tirosina (mejora función cognitiva). Reducción del 50% de óxido nitroso, metabolito asociado a enfermedades cardiovasculares.
YogurMayores propiedades antioxidantes y antiinflamatorias. Mejora la relación omega-3/omega-6, con beneficios asociados a la neuroprotección (Alzheimer) y a la salud cardiovascular. Aporta metabolitos que estimulan la función inmune del intestino y facilitan la digestión de la lactosa.
Carne (Ciervo)Aumento del 274% en ergotioneína (potente neuroprotector y antiinflamatorio) y un 64% en ácido pantoténico (asociado a una mejor respuesta al estrés).

El ensayo clínico en humanos: La prueba definitiva

Para cerrar el círculo, el equipo de Gregorini realizó un ensayo clínico pionero: analizaron la sangre de personas que consumieron carne de animales criados bajo sistemas de diversidad funcional versus monocultivo. 

Quizás lo más sorprendente es que el estudio sugiere que la carne de este sistema podría combatir activamente problemas de salud comunes, convirtiendo un alimento a menudo culpado por el colesterol alto en una posible solución.

• Consumo de Carne Bovina: Los participantes mostraron un aumento de ergotioneína (potente antioxidante), un incremento de glycochenodeoxycholate (que ayuda a reducir la producción y absorción de colesterol) y de ácido hidroxilisocaproico (considerado una «estatina natural»). Además, se registró una reducción del indoxil sulfato, una neurotoxina asociada a enfermedades renales.

• Consumo de Carne Ovina: El perfil de metabolitos en la sangre de los consumidores indicó una «mejora de la sensibilidad a la insulina», «neuroprotección» y una mejor «salud cardiovascular», junto con un aumento de compuestos con propiedades antiinflamatorias y anticancerígenas.

Estos hallazgos conectan directamente las prácticas de manejo en el campo con la salud metabólica del consumidor, abriendo un nuevo horizonte para la ganadería.

La investigación de Pablo Gregorini, aunque desarrollada en Nueva Zelanda, resuena con una fuerza particular en Argentina. ¿Como la tenemos que ver en nuestras regiones?, quizas no como un dato externo sino como una herramienta para reevaluar nuestros sistemas productivos. 

La «monotonía dietaria» que describe es un retrato preciso de prácticas extendidas, desde los sistemas lecheros de la cuenca de Villa María, altamente dependientes de la alfalfa, hasta la invernada tradicional sobre pasturas de festuca en la Cuenca del Salado.

Adoptar un enfoque de «diversidad funcional» podría traer beneficios transformadores. En términos de sostenibilidad, ofrecería una vía para un manejo más eficiente del nitrógeno, un desafío constante en nuestras cuencas. 

En cuanto al bienestar animal, alinearía la producción con las crecientes demandas éticas de los consumidores. Pero el mayor potencial reside en la diferenciación de producto. En un mercado global que exige alimentos con atributos de salud y sustentabilidad, la carne y la leche producidas bajo este paradigma podrían posicionarse como productos premium de alto valor agregado.

La evidencia nos obliga a plantear preguntas fundamentales: ¿Estamos maximizando el potencial saludable de nuestra carne y leche? ¿Podría la diversidad funcional ser la clave no solo para mitigar el impacto ambiental, sino también para agregar valor y resiliencia a nuestros sistemas pastoriles?

El mensaje central de Pablo Gregorini trasciende la agronomía para convertirse en una filosofía de la salud. La discusión ya no es solo sobre cómo producir más, sino sobre cómo producir mejor, reconociendo que la calidad de nuestros alimentos es un reflejo directo de la calidad de vida que ofrecemos a nuestros animales y al ecosistema que los sustenta.

Sus palabras finales encapsulan esta profunda interconexión y sirven como un llamado a la acción para todo el sector agropecuario:

«Solo nutriéndolos a ellos, nos nutrimos a nosotros mismos. Solo curándolos a ellos, nos curamos a nosotros mismos. En última instancia, nuestra salud es el eco de la forma en que los hacemos pastorear.»