En el marco del cuarto Congreso Mundial de Alfalfa, un evento que congrega a los principales referentes del sector a nivel global, conversamos con el empresario y productor Alexis Isabettini, socio de Alfavita.
Su perspectiva, forjada en el campo y orientada por una constante inversión en tecnología, ofrece una radiografía clara del momento que atraviesa la producción de alfalfa en Argentina.
Lejos de una visión centrada exclusivamente en el volumen, Isabettini articula una tesis contundente: el sector está en plena transformación estratégica, priorizando la calidad sobre la cantidad como la única vía para consolidar la competitividad del país en los exigentes mercados internacionales.
Un enfoque renovado: La calidad como estandarte nacional
Para una potencia agroexportadora como Argentina, la transición desde un modelo basado en el volumen hacia uno centrado en la calidad y el valor agregado no es solo una opción, sino una necesidad estratégica.
Isabettini observa este cambio con un marcado optimismo, manifestando su satisfacción al constatar la fuerte presencia de productores argentinos en el congreso. Para él, esta concurrencia es un indicador inequívoco de un cambio de mentalidad.
«Eso significa que Argentina está pensando en hacer alfalfa de calidad y no siempre pensando en la cantidad», analiza.
Esta visión va más allá de una estrategia empresarial individual; se convierte en un llamado a la acción y a la responsabilidad colectiva. Subraya que el éxito en el comercio global depende de un esfuerzo conjunto por elevar los estándares de toda la cadena productiva.
Su mensaje es claro y directo: «hay que hacer bien las cosas para hacer quedar bien a Argentina y posicionarla en lo más alto». Esta aspiración de excelencia encuentra su principal fuente de conocimiento y oportunidades en los grandes foros globales, donde la teoría y la práctica convergen.
El congreso mundial como ecosistema de oportunidades
Los congresos internacionales actúan como verdaderos catalizadores para la innovación en industrias especializadas. Desde la perspectiva de Isabettini, el evento ofrece mucho más que charlas individuales; consolida en un solo lugar la cadena de valor completa del negocio. Esta sinergia, donde la ciencia informa a la producción, la industria provee los medios y el comercio conecta con el mercado, es lo que alimenta su optimismo. Su análisis desglosa este ecosistema en tres pilares interconectados:
• Actualización y aprendizaje: La oportunidad de absorber conocimiento directamente de «mucha gente estudiosa en el tema», permitiendo a los productores mantenerse a la vanguardia de las últimas investigaciones y técnicas.
• Conexión industrial: El encuentro cara a cara con «la presencia de la industria», facilitando el diálogo sobre la maquinaria y los procesos cruciales para la transformación del producto primario.
• Desarrollo comercial: El contacto directo con los actores del «comercio», abriendo puertas a nuevos mercados y fortaleciendo las relaciones con los compradores internacionales.
Gracias a esta confluencia, Isabettini concluye con confianza que «las perspectivas para los próximos años son muy buenas». Sin embargo, entiende que los conocimientos globales adquiridos en estos foros son estériles si no se aplican con precisión en el campo argentino a través de la tecnología adecuada.
La tecnología: Piedra angular de la competitividad global
En un mercado globalizado, la adopción de tecnología ha dejado de ser una ventaja para convertirse en un requisito no negociable. Cumplir con los exigentes estándares que demandan los mercados de exportación es imposible sin las herramientas adecuadas.
El enfoque de Alexis Isabettini, caracterizado por una búsqueda constante de innovación, encarna una mentalidad donde la inversión tecnológica es el puente indispensable para alcanzar un producto final de excelencia.
Isabettini observa con satisfacción un cambio positivo en el panorama nacional: «hoy en Argentina, a diferencia de años atrás, la tecnología ha llegado y el productor la está adaptando». Este fenómeno genera un efecto dominó virtuoso que impacta en toda la cadena de valor. Cuando se hacen bien las cosas en la producción primaria, explica, «a la industria le va a llegar un buen producto y obviamente vamos a poder exportar la mejor calidad».
No obstante, recuerda que ninguna herramienta tecnológica puede compensar la falta de un dominio profundo de los fundamentos agronómicos que la sustentan.
El fundamento de una producción de excelencia
Antes de que la tecnología más avanzada pueda desplegar su verdadero potencial, es imperativo dominar los pilares de la producción agrícola: el suelo, el agua y el clima. Isabettini enfatiza que frente a los desafíos de «agua, suelo, eh, situación climática», la prioridad absoluta para el productor argentino es «aprender a producir la alfalfa» de manera integral y consciente de su entorno.
Para lograr esta producción de excelencia, propone un proceso metódico que comienza desde la base misma de la agronomía. El camino que todo productor debe seguir, según su visión, se estructura en tres pasos esenciales:
1. Conocer el suelo: El primer paso es realizar un diagnóstico preciso para determinar la «nutrición de su suelo». Esto permite entender qué nutrientes se deben aportar para optimizar tanto la calidad como el rendimiento del cultivo.
2. Gestionar los recursos: Con el conocimiento del suelo, el siguiente paso es calcular los «milímetros de agua» que serán necesarios para el riego, ajustando el uso de este recurso vital a las necesidades específicas del cultivo y a los objetivos de producción.
3. Optimizar la cosecha: Finalmente, es crucial adaptar «la mejor tecnología en cuanto a la recolección» para preservar la calidad lograda en el campo y asegurar que el producto que llega a la industria cumple con los más altos estándares de aceptación.
Dominar este proceso es la base sobre la cual se construye la misión más amplia de todo el sector.
Una misión colectiva para la alfalfa argentina
La visión de Isabettini dibuja un camino claro para el futuro de la alfalfa argentina. Los pilares de esta estrategia son un cambio de mentalidad colectiva hacia la calidad, la adopción decidida de tecnología como herramienta para la excelencia y un regreso riguroso a los fundamentos productivos del suelo, el agua y el clima.
Esta confluencia de mentalidad, tecnología y agronomía de precisión no es una estrategia de optimización individual; es el motor que impulsa la marca país de la alfalfa argentina en el competitivo escenario global.
En última instancia, la visión de Isabettini se resume en un mandato de responsabilidad compartida: el deber de «hacer bien las cosas para hacer quedar bien a Argentina y posicionarla en lo más alto».






