Argentina posee un potencial extraordinario y poco común para convertirse en un jugador principal en el creciente mercado mundial de la alfalfa, pero enfrenta desafíos estructurales y tecnológicos cruciales que debe superar de inmediato para capitalizar esta oportunidad histórica.
De esa manera, se puede resumir rápidamente la charla que brindaron el ingeniero agrónomo y especialista en alfalfa, Daniel Basigalup, el presidente de la Cámara Argentina de la Alfalfa, José Brigante y el presidente del Clúster de Alfalfa de Córdoba, Fabián Russo.
Para dimensionar la magnitud de la oportunidad que se presenta ante Argentina, es imperativo comprender el contexto de un mercado global en plena ebullición. La demanda no solo crece, sino que se transforma, impulsada por factores geopolíticos, climáticos y una revalorización del cultivo que trasciende su uso tradicional como forraje.
Según los datos presentados por Daniel Basigalup, las cifras son elocuentes: el mercado mundial de heno de alfalfa alcanzó un valor de 82.000 millones de dólares en 2024, con una proyección de crecimiento que lo situaría cerca de los 113.000 millones para 2029.
Este dinamismo se explica, en gran medida, por las crecientes restricciones en el uso del agua que enfrentan países de Oriente Medio, los cuales dependen de la importación de forraje para sostener sus estratégicas industrias lácteas. Sin embargo, la demanda se diversifica hacia nichos de alto valor como equinos, camélidos e incluso mascotas en mercados clave como China y Brasil.
Las tendencias internacionales, observadas en el reciente 4º Congreso Mundial de Alfalfa en Francia, dibujan un panorama aún más complejo y favorable para nuevos actores con capacidad de expansión:
• Revalorización ambiental: Existe un creciente reconocimiento global de los servicios ecosistémicos que presta la alfalfa. Su capacidad de fijación de nitrógeno, su rol como refugio para la biodiversidad y su eficiencia hídrica la posicionan como un cultivo clave en la agricultura sostenible.
• Tendencia a la baja en potencias tradicionales: En Estados Unidos, particularmente en California, la superficie sembrada con alfalfa disminuye año tras año. La competencia por el agua con cultivos de mayor rentabilidad, como los pistachos y las almendras, está desplazando al forraje. No obstante, incluso estos líderes innovan, explorando en otras regiones el pastoreo directo para reducir costos.
• Emergencia de nuevos competidores: Nuevos polos productivos como Brasil y Pakistán están ganando terreno. Pakistán, por ejemplo, ya alcanza impresionantes rendimientos de 26 a 27 toneladas anuales con riego, marcando un benchmark tecnológico que Argentina no puede ignorar.
• El modelo europeo: La Unión Europea presenta un paradigma diametralmente opuesto al argentino. A través de fuertes políticas de apoyo y subsidios, incentiva activamente la producción de leguminosas. Basigalup citó el caso de un productor francés que, cumpliendo las normativas, puede recibir hasta 50.000 euros anuales en subsidios directos y una ayuda del 50% para la compra de maquinaria.
Este escenario global de demanda creciente, oferta restringida en los líderes tradicionales y competidores tecnificados, crea un vacío que Argentina, por sus condiciones únicas, está llamada a llenar.
La situación de Argentina en el tablero mundial de la alfalfa es particular. El país reúne condiciones agroecológicas y un capital humano que lo posicionan como un productor natural de clase mundial; sin embargo, su participación actual en el comercio internacional es, en palabras de los expertos, de «muy poca monta».
En 2024, Argentina exportó aproximadamente 147.000 toneladas, lo que representa apenas un 1.2% del mercado global. Sus principales destinos son Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Brasil y Chile, pero el volumen no se condice con su verdadero potencial. Este contraste se hace más evidente al analizar las ventajas comparativas y competitivas que Basigalup sintetizó de manera concluyente:
• Recursos naturales: El país goza de una riqueza excepcional en suelos y un clima favorable que permite una producción extensiva y de alta calidad.
• Altos rendimientos: Sin necesidad de riego, en la zona centro del país se pueden alcanzar rendimientos promedio de entre 13 y 16 toneladas por hectárea al año, una cifra muy competitiva a nivel global.
• Producción a contraestación: Argentina tiene la ventaja estratégica de cosechar mientras los grandes productores y exportadores del hemisferio norte (como EE. UU. y España) están en su invierno, lo que le permite abastecer al mercado en momentos de menor oferta.
• Capital humano y tecnológico: Existe una gran tradición alfalfera, un alto nivel de profesionalización en toda la cadena y un sólido soporte técnico de instituciones y empresas privadas.
La conclusión fundamental de los panelistas es que Argentina es uno de los pocos países, si no el único, con la capacidad concreta de cuantificar y aumentar significativamente su oferta exportable en el corto plazo. A diferencia de competidores como Estados Unidos y España, que han alcanzado su techo productivo, Argentina tiene hectáreas y conocimiento para crecer.
El «nudo» que hoy limita la capacidad exportadora de la alfalfa argentina es un factor técnico tan concreto como determinante: la humedad. Este es el principal obstáculo que impide escalar la producción de heno con la calidad y las especificaciones que exigen los mercados internacionales para el transporte marítimo.
El problema reside en el régimen de lluvias del país que concentra las precipitaciones durante la primavera y el verano, coincidiendo con el período de mayor producción de la alfalfa. Para exportar en contenedores, el heno debe tener un nivel de humedad que no supere el 12-14%. Sin embargo, debido a las condiciones ambientales, de los cinco o seis cortes que se realizan al año, solo dos o, con suerte, tres, alcanzan ese nivel de manera natural durante el proceso de secado al sol.
Las consecuencias de este desafío son directas y severas. Intentar secar el resto de los cortes en el campo hasta alcanzar ese 14% de humedad provocaría la pérdida de la hoja, que es precisamente donde se concentra la proteína, el componente de mayor valor del producto.
Esto obliga a los productores a desviar la mayor parte de su producción, de altísimo potencial, hacia el mercado interno u otros usos, perdiendo la oportunidad de acceder a los precios y la demanda del mercado global. Para desatar este nudo, la solución es ineludiblemente tecnológica.
Una solución aplicando tecnología de secado
El consenso entre los panelistas fue unánime: la adopción de tecnología de secado no es una opción, sino una necesidad estratégica para que el sector dé el salto cuantitativo y cualitativo que el mercado demanda. Sin esta inversión, el potencial argentino seguirá siendo solo una promesa. La solución más contundente es la incorporación de secadoras en las plantas de procesado.

José Brigante fue categórico al respecto, basándose en su experiencia internacional: en Europa y Canadá, sin excepción, todas las plantas procesadoras cuentan con un sistema de secado. Su conclusión fue determinante: «los proyectos tienen que ir con secadora, si no, no van». Además de las soluciones de gran escala como el deshidratado tipo trommel, Fabián Russo destacó una innovación de menor costo que ya está dando resultados: el «hidratador».
«Nosotros ya hoy contamos con cuatro hidratadoras en la Argentina, cuatro socios del clúster que la han incorporado», afirmó, subrayando que esta tecnología «a bajísimo costo» ya les permite exportar.
Más allá de la humedad, los panelistas identificaron otros dos desafíos estructurales que deben abordarse en paralelo:
• Costos y logística: Fabián Russo criticó duramente el «centralismo porteño» y los elevados costos del puerto de Buenos Aires, que restan competitividad. José Brigante complementó esta visión, señalando la necesidad de reestructurar los proyectos futuros para optimizar la ubicación de las plantas, asegurando que estén cerca del productor, del cliente y del puerto, mejorando así la eficiencia logística.
• Calidad y competitividad: Brigante subrayó una verdad fundamental del negocio: «la calidad no sirve de nada sin costo». El objetivo no es solo producir heno de primera, sino hacerlo con una estructura de costos que permita ser competitivos en el mercado global. La meta es alcanzar un binomio «calidad-costo» que garantice un abastecimiento constante y fiable a los clientes internacionales.
Resolver estos nudos productivos y logísticos es el primer paso para poder mirar hacia afuera con una estrategia comercial sólida y ambiciosa.
La estrategia comercial del sector no puede limitarse a la fijación con los mercados lejanos de Oriente Medio o China. Por lo que abogaron por una visión más amplia y diversificada, que reconozca las enormes oportunidades que se encuentran mucho más cerca, tanto en países vecinos como en el propio mercado doméstico.
El potencial de los mercados regionales es inmenso y está subexplotado. Brasil, descrito como «el segundo productor del mundo en caballo», y Perú son ejemplos de países con una gran demanda de forraje de calidad que, por proximidad, deberían ser destinos naturales para la producción argentina.
Fabián Russo compartió la experiencia exitosa de su propia empresa, que ha logrado ingresar y consolidarse en el mercado brasileño. Al mismo tiempo, planteó una reflexión que trasciende la anécdota para convertirse en un pilar estratégico: desarrollar el mercado interno de alta calidad.
Más que una pregunta retórica de «¿por qué venderle la mejor calidad a los países árabes y no vender lo mismo aquí en la Argentina?», su argumento apunta a construir una base de demanda doméstica estable y premium.
Fortalecer el mercado local no solo crea oportunidades de negocio, sino que también reduce la exposición a la volatilidad de la logística internacional, los tipos de cambio y los costos portuarios, generando un negocio más resiliente para toda la cadena.





