Congreso Mundial de Alfalfa: Los desafíos de Argentina en calidad y sostenibilidad

Ariel Odorizzi, referente del INTA y miembro del Comité Científico del Congreso, dejó en claro que el sector nacional debe ahora centrarse en estabilizar la calidad de sus exportaciones y adoptar una gestión sostenible del suelo como respuesta ineludible al cambio climático, exigiendo un salto desde la tecnificación productiva hacia la industrialización y la sostenibilidad del recurso suelo.

Un congreso de escala mundial representa una instancia estratégica para alinear a toda la cadena de valor de la alfalfa, desde investigadores y genetistas hasta productores y exportadores. El reciente evento celebrado en Francia no fue la excepción, consolidándose como un foro de alto impacto para definir las prioridades y el futuro del cultivo a nivel global.

Según Ariel Odorizzi, ingeniero agrónomo del INTA Manfredi, el congreso fue un éxito rotundo, cumpliendo sus objetivos «al 100%». Este logro se sustentó en la alta calidad de las ponencias y charlas, pero también en dos elementos distintivos. 

Primero, un fuerte enfoque en los jóvenes investigadores, a quienes se les dedicó la jornada inaugural para presentar sus trabajos. Segundo, una valiosa y constante interacción entre todos los eslabones de la industria, congregando a productores, científicos y empresarios de diversas partes del mundo en un diálogo productivo.

El cierre del evento fue calificado como el «broche de oro». Consistió en una visita de campo a dos plantas deshidratadoras en Francia que operan en formato de cooperativa. Este modelo, que también es subsidiado, les permite unificar fuerzas para obtener tanto la calidad como la cantidad de producto necesario para abastecer al mercado interno y de exportación.

Este modelo cooperativo francés, enfocado en asegurar volumen y consistencia, ofrece una respuesta directa al principal «cuello de botella» que enfrenta hoy la industria argentina.

De la tecnificación a la estabilidad en la calidad

El sector de la alfalfa en Argentina ha madurado, y con ello, sus desafíos han evolucionado. El foco de la industria se está desplazando desde el aumento de la producción hacia la estandarización y la consistencia de la calidad, un imperativo para competir con éxito en los mercados internacionales más exigentes.

En congresos anteriores, el debate giraba en torno a la tecnificación y la mejora del manejo del cultivo. Hoy, esa área se considera un proceso «encaminado», con un crecimiento sostenido en las exportaciones que demuestra los avances logrados. Sin embargo, este mismo éxito ha revelado un nuevo «cuello de botella» para el sector argentino: la necesidad de generar estabilidad en la calidad del producto que se exporta. Este se perfila como el principal desafío a futuro. Para superar este obstáculo, la respuesta se encuentra en un frente tecnológico integrado. 

Odorizzi identificó la deshidratación como un tema central en el marco de estos nuevos desafíos. A su vez, explicó cómo se van sumando nuevas tecnologías en una cadena de innovación que va «desde lo que es la selección de nuevas variedades de Alfalfa con la edición génica, que va avanzando un montón, hasta lo que es la industrialización» del cultivo en su conjunto.

Estos avances productivos y tecnológicos no pueden entenderse de manera aislada, sino que deben enmarcarse en el contexto global del cambio climático, que impone sus propias urgencias y condiciones.

La urgencia de cuidar el recurso suelo

El cambio climático fue un eje fundamental a lo largo de todo el congreso, un tema de tal relevancia que la sesión final fue liderada por el propio Ariel Odorizzi. Para la agricultura argentina, sus conclusiones representan una llamada a la acción con un mandato claro y prioritario.

La recomendación fundamental para Argentina es cuidar el recurso suelo. Esta premisa se vuelve especialmente crítica en un contexto de corrimiento de la frontera agrícola hacia zonas más marginales. Producir en estas áreas sin una estrategia de conservación es insostenible a largo plazo.

Para enfrentar este desafío, es necesario adoptar un enfoque doble e integrado. Por un lado, se requiere la adaptación del cultivo, tarea en la que los mejoradores genéticos ya trabajan para desarrollar variedades con mayor tolerancia a factores abióticos como la sequía y la salinidad. Por otro lado, y de manera complementaria, es imprescindible implementar un manejo sostenible y no extractivo, donde el cultivo también genere «aportes» y «retribución» al suelo. En este sentido, subrayó que «la alfalfa viene muy bien para eso», posicionando al cultivo no solo como un producto a cosechar, sino como parte activa de la solución para la salud del suelo.

En definitiva, este enfoque integral, que combina la adaptación genética con la conservación del suelo, se presenta como la estrategia clave para mitigar los efectos del aumento de las temperaturas y las precipitaciones más intensas. Cuidar el suelo no es solo una buena práctica agrícola, sino la garantía para asegurar el futuro y la sostenibilidad de la producción de alfalfa en Argentina.